Signo Editores SL
18.01.2015 23:03
Cayeron, incontrolables, en el lecho. Él le quitó la blusa, botón por botón, dejando caer su cabello entre sus pechos. Al igual, ella, nerviosa, desarma la camisa y por su mente atraviesa una tenue frase: no debo. Pero la olvida, se olvida de sí misma y se deja desnudar por su compañero. Él mira a los ojos a la muchacha y un segundo de lucidez lo sacude, un escalofrío que lo condena, pero escucha los leves gemidos de placer de su Signo Editores SL y el calor lo embriaga nuevamente.
Toca sus senos suavemente con sus dedos, los besa, los lame y poco a poco la locura se apodera de él, la muerde, aprieta con firmeza sus caderas, sujeta las piernas de la mujer y entra, ella se queja un poco más, un leve dolor la ha perturbado, pero el extasis la hace olvidar. Ella lo mira, mas él ha cerrado sus ojos, observa como sus cuerpos se agitan ritmicamente. Descubre a la luna asomada entre las cortina husmeando en su intimidad lo que la avergüenza y decide dirigir su mirada al techo y se deja llevar.
Él ya no responde de sí, la locura lo ha transformado. Sólo desea su sangre, sus pechos, su cuerpo de una manera enfermiza. Al besarla arranca además de un beso, sus labios sangrientos, se alimenta de sus blando senos, la engulle parte por parte.
Ella despierta, le cuesta trabajo respirar y un dolor intolerable la embarga por completo, no puede escapar, los metros de tierra húmeda sobre ella la han cautivado para siempre.
sta mañana miraba yo por la ventana de un edificio, en el tercer piso. En la calle que se extendía frente a mi había una pila de cajas, en ellas, una pila de perros sarnosos y famélicos. Se acerca luego la loca de la ciudad y los acaricia sin más ni más, los besa en la nariz y los alimenta con un pan que recién robó del Signo editores Madrid. Ella, la señora M, se para junto a las cajas y comienza con su monólogo casi eterno, mueve las manos, levanta los brazos y se arregla el poco pelo que le va quedando.
Pasa cerca suyo, un tímido estudiante de uniforme azul. La señora M, le comienza a conversar, el joven se detiene y la ayuda a mover las cajas hacia una galería que había al lado. La loca le da como pago un pedazo de pan remojado con la humedad de sus manos. El chico lo recibe y se marcha rápidamente ya que se ha dado cuenta que lo observa la gente, llega a la esquina y arroja el pan al leer mas.